A mediados de 1947 la Policía descubrió en San Sebastián un taller en
el que se recibía y distribuía propaganda antifranquista y era base de
operaciones de contrabando de piezas de automóviles y trenes que servían
para financiar a la Resistencia. El centro de esas operaciones era un
taller en el que se fabricaban motores Zaldi y desde el que en el coche
deportivo de lujo de uno de sus propietarios, Fermín Sagues, se ponía
rumbo a Hondarribia para cruzar la frontera con Francia y colocar la
mercancía.
En la redada, las fuerzas de seguridad encontraron 100.000 pesetas y
dos cajas de material propagandístico contra el régimen. Detuvieron a
dos de los propietarios (Sagues y Pedro Ziriza) y otro se les escapó de
las manos (Luis Amezaga). El navarro Sagues reaccionó de manera rápida y
aseguró que el cerebro y responsable de todo aquello era Rafael Gárate,
del que sabía que no estaba cerca y al que no iban a poder atrapar.
Conocido como ‘Ruidos’, el verdadero nombre de Rafael Gárate era
Ramón de Galarza, capitán del llamado Ejército de Euskadi en la Guerra
Civil española. El 25 de agosto de 1937, las tropas vascas acampadas en
la playa cántabra de Oriñón, recibieron una orden de su Comandante,
Aldazabal: “No disparar. Dejar paso al enemigo. Va a otro frente”. Lo
que se iba a llamar el Pacto de Santoña acabó con los soldados vascos
prisioneros y ejecutados.
Galarza quedó recluido en el presidio El Dueso, en Santoña. Casi por
casualidad salvó la vida al evitar que se ejecutara su condena a muerte.
La ficha judicial le retrataba así: “Nacionalista de ideas muy
separatistas, miembro del Comité de Defensa, organizador de Milicias
Vascas, distinguiéndose en contra del Glorioso Movimiento desde los
primeros momentos, tenía el cargo de Comisario de orden público,
encargándose de las detenciones de las personas de derechas. Evacuó.
Actualmente se encuentra en la Cárcel de Bilbao. Era acérrimo
separatista”.
El 14 de marzo de 1943, Galarza quedó en libertad. En su cabeza no
había otra cosa que organizar la resistencia antifranquista en tierras
vascas. Y en esas acciones iba a aparecer el fútbol en enero de 1947.
Poco antes, en noviembre de 1946, el grupo que habían logrado organizar
voló el monumento dedicado al General Mola en El Arenal (Bilbao), acción
ejecutada por Agustín Egaña, conocido como Txato. Dos meses más tarde,
su objetivo iba a ser San Mamés.
Para el domingo 5 de enero de 1947 se había fijado en el estadio del
Athletic un espectacular partido entre los ‘leones’ (a esas alturas
segundos en la Liga española de una temporada en la que serían
subcampeones tras el Valencia) y San Lorenzo de Almagro (campeón
argentino en vigor). Era una cita en el marco de los acuerdos entre
Perón y Franco que iban a dar un salvavidas decisivo al dictador español
para escapar de la quiebra económica.
El Athletic adelantó su partido de Liga (6-0 al Castellón) al día de
Año Nuevo para poder recibir en la víspera de Reyes al potente equipo
argentino que a lo largo del mes de diciembre se había medido a los
grandes de Madrid Atlético Aviación (1-4 el 22 de diciembre), Real
Madrid (4-1, el día de Navidad).
Galarza y sus hombres marcaron el partido del día 5 como un objetivo
prioritario. La noche del 3 al 4 de enero fue la elegida. Desde que se
supo que se iba a jugar en Bilbao ese partido, comenzaron a aparecer
pintadas con ikurriñas y mensajes en la capital vizcaína contra la cita.
Poco antes de que llegara el partido una redada policial acabó con
buena parte de una infraestructura de la llamada resistencia vasca
formada por unas 50 personas. Aun así se decidió seguir e intentar
realizar una acción sonora con el fútbol como escenario.
La primera idea fue dinamitar el césped de San Mamés y obligar así a
que no se pudiera jugar el encuentro. Pronto vieron que aquello
necesitaba un dispositivo del que no disponían. La decisión fue entrar
en plena noche en el estadio, destrozar el césped con picas azadas y
serrar la porterías para que no hubiera fútbol el día 5.
El comando accedió al terreno de juego sin problemas, pero no
contaban con un fúnebre imprevisto que iba a hacerles huir de manera
precipitada sin poder lograr su objetivo. Tras dañar un césped que hacía
poco había sido replantado, se dirigieron a las porterías. Entonces
llegó la voz de alarma. Salía de la casa de Pedro Biritxinaga. El
histórico masajista, utilero y hasta entrenador del Atheltic en
situaciones de emergencia, era también el guardián de San Mamés pues
tenía su casa en la tribuna del estadio. Esa noche, uno de sus hijos se
debatía entre la vida y la muerte (moriría durante el partido contra San
Lorenzo), lo que hacía que altas horas de la noche hubiera luz en la
casa y mucha gente despierta.
El grupo de saboteadores tuvo que escapar a la carrera, pero dejaba
detrás un terreno de juego en pésimas condiciones. Sin eco en la prensa
de aquellos días, los daños se taparon con arena para que se jugara el
partido. Bajo ningún concepto se podía suspender. Las imágenes de esa
cita muestran claramente que en San Mamés parecía más una playa que un
campo de fútbol. El partido acabó 3-3 (Panizo y doblete de Zarra para el
Athletic y Pontoni, De la Mata y Silva para los ‘cuervos’). Las
crónicas en los diarios españoles y argentinos hablan de un partido
intenso y emocionante, no hay ni rastro de un campo destrozado. Sí
recogen la enorme ovación a Ángel Zubieta, campeón de Liga con el
Athletic en 1936 y al que la Guerra obligó a emigrar y jugar en San
Lorenzo entre 1939 y 1952.
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