13 ene 2009

Una de vaqueros (Patxi Alonso)

Esto tiene buena pinta. Este equipo está decidido a transformar nuestros buenos augurios para 2009 en algo serio. Que no nos hablen del peligro de desatar corrientes de euforia triunfalista. Es más fácil que todo eso. Se trata de disfrutar. De levantar la cabeza. Y las banderas. Aquí está el famoso Athletic Club de Bilbao. El rey león ha vuelto. Y ha venido para quedarse. El Athletic pasó por Madrid como en los viejos tiempos. A lo grande. Una sensación inenarrable para los bilbaínos que poblamos el Foro. Borges creía que el deber de todas las cosas es ser una felicidad porque, si no, son inútiles o perjudiciales. El fútbol, este bendito invento de los ingleses, llevaba demasiado tiempo en deuda con este centenario club. La travesía del desierto ha merecido la pena. Además, no nos quedaba otra opción. Hablamos del Athletic. Semper fidelis, ya saben.

Esta vez ganaron los buenos. No porque fueran los nuestros, que lo son. No porque jugaran mejor que el rival, que lo hicieron. Les hablo de la grandeza que exhibieron los leones para sobreponerse al Little Big Horn que les habían preparado al otro lado del río. El Fort Apache de los indios colchoneros siempre ha sido territorio hostil para el séptimo de caballería bilbaíno. Tan interiorizado lo teníamos en otros tiempos, que hasta jugábamos con las casacas azules. Y así nos lucía el pelo. Para ser exactos, la cabellera, que acababa clavada en las lanzas de los Ovejero, Panadero Díaz y demás adoradores de Manitu. Un discípulo aventajado del gran Jerónimo, Agüero, nos confirmó con un pisotón criminal que en su interior habitan el doctor Jeckyll y Mister Hyde. Se comprende que haga buenas migas en casa de los Maradona. Los demonios internos siguen devorando a estos genios del balón. Un periodista argentino comentaba que su problema es que viven su talento como una victoria sobre la disciplina o el orden colectivo. Son ídolos con pies de barro.

El hachazo del pequeño jefe de la tribu local no fue sino la confirmación de que la impotencia mezcla mal con el talento. Muñiz, un árbitro deplorable que parece aplastar las cuatro ideas que habitan en su azotea a base de litros de gomina, pudo mandar a la caseta a medio equipo local. Se fue Maniche, otro príncipe del 'fair play', pero pudieron acompañarle Camacho. Maxi y el propio Kun. Pero el tal Muñiz prefirió olvidar que la justicia es acción. El asturiano nos recordó que también puede ser ciega. En la grada, la afición del Manzanares, a falta de cabelleras rivales, pidió con ruido de tambores la cabeza de Javier Aguirre. Están en su derecho. Pero me temo que los que sobran en ese estadio se esconden en uno de los Fondos. Esa banda de delincuentes son una deshonra para un club que debe olvidarse de los ultras del Olympique y preocuparse de los suyos. Tienen al enemigo en casa. Su miserable actitud contrastó de manera clamorosa con la respuesta ejemplar de Iraizoz. Dalí afirmaba que lo menos que se le puede pedir a una escultura es que no se mueva. Esta vez, y sin que sirva de precedente, un portero de fútbol haciendo la estatua se convirtió en un espectáculo digno de ser recordado. Chapeau.

Era un partido de los de antes. Un western en estado puro. Los flechazos eran de hielo. Los tambores retumbaban. Pero, desde tiempo inmemorial, el problema para los indios ha sido encontrarse con John Wayne. Nosotros tenemos uno. Alto, fuerte, tranquilo. Y con un Winchester en cada pierna. Llorente es el héroe perfecto para una de vaqueros. Escoltado por dos que cabalgan juntos (Orbaiz y Javi Martínez) dejó dos cruces en el campamento apache. Me cuentan que Ujfalusi sigue buscando a estas horas sus huellas por la pradera helada del Calderón. La reivindicación de Koikili o la genial galopada de Gabilondo (si este hombre fuera una pieza de coche sería un intermitente) completaron la exhibición de los leones. La diligencia rojiblanca ya está en casa. Próxima parada: la Copa. Que no pare la música. Tenemos ganas de bailar.