23 sept 2008

Acordaos de Maine Road (Antonio Valencia)

Entre el largo camino entre 1943 y 1983, el Athletic de Bilbao tuvo el apeadero de ganar la Liga de 1956 y ello le dio derecho a participar como campeón español en la Copa de Europa, ganada aquel mismo año como estreno de competición por el Real Madrid y que en 1956-57 montaba su segunda edición. El equipo de San Mamés estaba dirigido por el checo Fernando Daucik, que se había trasbordado a Bilbao tras de sus éxitos en el Barcelona de las "Cinco Copas". Tenia el cuñado de Kubala un gran equipo en el básico Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza, único superviviente éste de "aquella" línea delantera inolvidable.

Su progresión en la Copa de Europa comenzó en el otoño, en la fase eliminatoria contra el Oporto, al que ganó los dos partidos, colocándose en los octavos de final, para los que el sorteo le deparó un adversario de sumo interés, el Honved de Budapest, en el que pervivía bastante aquel equipo nacional que en el quinquenio desde 1950 fue el mejor del mundo, laminó a los ingleses en Wembley en 1953 y no había perdido partido hasta la final mundial de Berna un año más tarde. Tenía el Honved la porción mayoritaria de la selección magiar: Grosics, Boszik, Puskas, Czibor, Kocsis, Budai, Tichy y otros legendarios del ramo. Difícil enemigo en efecto.

Pero contra el Athletic venían con un handicap. La revolución de Hungría les habia exiliado a los jugadores y la mayoria de sus familias habían salido antes de que fuese ahogado el lanzamiento por los tanques soviéticos. Jugaban sus compromisos extranjeros para ganar tiempo y ver claro su porvenir y con este carácter llegaron a Bilbao. Las noticias de su país eran sombrías y cuando los vi en grupos cavilosos, me di cuenta que el fútbol les ocupaba lugar secundario.

Los pilotaba Emil Osterreicher, que luego se quedó con varios de ellos, en el fútbol español y que en Bilbao tenía un aire de comisario político que perdía rapidamente al contacto con la libertad.

En San Mamés jugaron de oficio, porque aún no motivados, era un grupo de jugadores a los que salía el buen fútbol maquinalmente y perdieron por 3-2 tras un gran partido bilbaíno. Era un resultado que dejaba abierta la solución porque entonces no había goles dobles para empates, de haberse jugado la vuelta en Budapest. Pero la capital húngara no estaba para bromas y la UEFA decidió que el encuentro de vuelta se jugase en Bruselas, el 20 de diciembre de 1956, un mes después del encuentro en Bilbao. Acabó en empate (3-3), raro resultado para quien no recuerde que el futbol húngaro de entonces jugaba al toma y daca de goles, a hacer más que el contrario, sin importarles recibirlos. Pero allí se quedó corto y el Athletic largo.

Para los cuartos de final el equipo bilbaíno siguió acumulando platos fuertes. Nada menos que el Manchester United, el equipo de Matt Busby y el mejor de las Islas entonces. Campeón de Liga el 56, aspiraba a "la triple corona" Liga, Copa y Copa de Europa en 1957. Con esa aureola llegaron los Busby babes a Bilbao, tran britanizante en su fútbol, en su clima de hielo y nieve. El equipo de casa tenía la baja accidental de Maguregui y la más prolongada del centro Arieta I, el llamado Torito por su acometividad en el área contraria. Etura suplió a Maguregui en la media y Merodio, el hijo del Chiquito de Gallarta, a Arieta en la delantera. El Athletic jugó un partido excelente, del que da idea el hecho de que terminaron el primer tiempo ganando a aquella maravilla insular por tres a cero con dos goles de Uribe y uno de Marcaida, lo que nos hacía abrir los ojos como platos.

Busby debió ponerse serio ante sus chicos que acortaron distancias por Taylor y Viollet. El Athletic entró en el juego y basta decir que cinco minutos antes de terminar, el equipo de casa tenía el marcador 5-2 a su favor. ¡Qué partido aquél, entre huellas de nieve en las bandas! Lo malo fue que en los cinco minutos finales el Manchester mejoró la situación con un gol de Whelan en un descuido defensivo. Con todo, se llevaba a Manchester una renta de dos goles y la seguridad de que sabían hacérselos a los ingleses.

El terreno del United estaba en obras y el encuentro se jugó en el Ground del Manchester City, el rival de casa, Maine Road. Nos acordaríamos de Maine Road, como si a más de medio siglo de distancia quisiéramos seguir el Remember the Maine con el que el bellaco de Hearst atizaba en su prensa la guerra de Cuba. Maine Road, más amplio que el auténtico campo del Manchester United, estaba lleno hasta los topes de sesenta y cinco mil fans delirantes que hasta en sus paños íntimos llevaban los colores del United y atronaban el espacio con sus cantos, alaridos y estridores de carracas. No sé si todo aquello se les vino encima a los jugadores de Bilbao, ayudado por el feroz ataque desde el primer silbido del árbitro de los babes que no daban cuartel. Pero el Athletic de Bilbao que habíamos visto en San Mamés el 16 de enero había desaparecido tres semanas después. Era un equipo que parecía haber salido ya deshecho por la dirección técnica. Maguregui había vuelto a su puesto y Etura había sido colocado de delantero centro real, no teórico para reforzar la derfensa en la labor de contención que se presumía, sino como si fuese el propio Zarra redivivo. Daucik dio a luz el disparate de la defensiva sin sistema defensivo y el de un equipo que no sabía qué hacer, sino de colchón. Con todo, iba a terminar el primer tiempo con empate a cero, cuando un par de minutos antes de ir al vestuario, Viollet marcó el primer gol inglés, lo que les consolidó su moral de hierro y ataque.

Nosotros, el grupo afecto de Monchín Miquelarena, Joma y Georges Sturrud, el amido londinense del Athletic, pensábamos que ya sólo quedaba un gol de ventaja y mirábamos más al reloj que al partido, que se hacía mas angustioso por momentos, y por su imposibilidad de reacción con aquella base táctica en que Arteche y Gaínza estaban perdidos, Etura era la nulidad esperada ¡alla arriba! y la línea Mauri-Maguregui estaba anegada por el empuje de Edwards y Colman. A los setenta minutos Taylor con el segundo gol empataba la eliminatoria, pendiente para el desempate en París ya previsto. Pero no hizo falta. Este gol fue el acicate definitivo para el United fuese un huracán en busca de la solución, que llegó a seis minutos del final con un tiro de Berry.

Fue uno de los partidos más desesperanzados que recuerdo y el desenlace estaba prefigurado. El Athletic había merecido mejor suerte y una dirección técnica infinitamente menos incapaz, tozuda y errada. La oposición a los "caprichos" de Daucik creció como la espuma y lo anegó en su vórtice. No conocía a Daucik y no podía entenderlo. Estaba luego en el Zaragoza y sus gracias hundieron a la directiva de mi gran amigo Waldo Marco. Entonces lo conocí y algún tiempo después lo vi teñido escandalosamente de rubio su cabeza cana típica. Le hice un gesto de extrañeza y el hombre me contestó: -Éste es el color natural de mi pelo, eñor Valencia. Antes era cuando lo teñía de blanco.

Entonces comprendí la alineación de Etura y su papel marcado en Maine Road. Me hallaba ante un señor habitado de modo más o menos intermitente por las astucias de la insensatez en relación con el fútbol. No me importó siquiera que me tomase por tonto. Le dije "buenas tardes" y me di media vuelta. Por ahí el Athletic, que tenía un equipo prometedor, entró en el bache del que le ha costado salir para volver más de un cuarto de siglo después a jugar la Copa de Europa. La del 56-57 que acabaría ganando el Madrid, eliminando al Manchester precisamente en seminifinales, terminó para los bilbainos de ese modo.