16 ene 2014

San Lorenzo de Almagro y San Mamés,

A mediados de 1947 la Policía descubrió en San Sebastián un taller en el que se recibía y distribuía propaganda antifranquista y era base de operaciones de contrabando de piezas de automóviles y trenes que servían para financiar a la Resistencia. El centro de esas operaciones era un taller en el que se fabricaban motores Zaldi y desde el que en el coche deportivo de lujo de uno de sus propietarios, Fermín Sagues, se ponía rumbo a Hondarribia para cruzar la frontera con Francia y colocar la mercancía.

En la redada, las fuerzas de seguridad encontraron 100.000 pesetas y dos cajas de material propagandístico contra el régimen. Detuvieron a dos de los propietarios (Sagues y Pedro Ziriza) y otro se les escapó de las manos (Luis Amezaga). El navarro Sagues reaccionó de manera rápida y aseguró que el cerebro y responsable de todo aquello era Rafael Gárate, del que sabía que no estaba cerca y al que no iban a poder atrapar.

Conocido como ‘Ruidos’, el verdadero nombre de Rafael Gárate era Ramón de Galarza, capitán del llamado Ejército de Euskadi en la Guerra Civil española. El 25 de agosto de 1937, las tropas vascas acampadas en la playa cántabra de Oriñón, recibieron una orden de su Comandante, Aldazabal: “No disparar. Dejar paso al enemigo. Va a otro frente”. Lo que se iba a llamar el Pacto de Santoña acabó con los soldados vascos prisioneros y ejecutados.

Galarza quedó recluido en el presidio El Dueso, en Santoña. Casi por casualidad salvó la vida al evitar que se ejecutara su condena a muerte. La ficha judicial le retrataba así: “Nacionalista de ideas muy separatistas, miembro del Comité de Defensa, organizador de Milicias Vascas, distinguiéndose en contra del Glorioso Movimiento desde los primeros momentos, tenía el cargo de Comisario de orden público, encargándose de las detenciones de las personas de derechas. Evacuó. Actualmente se encuentra en la Cárcel de Bilbao. Era acérrimo separatista”.

El 14 de marzo de 1943, Galarza quedó en libertad. En su cabeza no había otra cosa que organizar la resistencia antifranquista en tierras vascas. Y en esas acciones iba a aparecer el fútbol en enero de 1947. Poco antes, en noviembre de 1946, el grupo que habían logrado organizar voló el monumento dedicado al General Mola en El Arenal (Bilbao), acción ejecutada por Agustín Egaña, conocido como Txato. Dos meses más tarde, su objetivo iba a ser San Mamés.
Para el domingo 5 de enero de 1947 se había fijado en el estadio del Athletic un espectacular partido entre los ‘leones’ (a esas alturas segundos en la Liga española de una temporada en la que serían subcampeones tras el Valencia) y San Lorenzo de Almagro (campeón argentino en vigor). Era una cita en el marco de los acuerdos entre Perón y Franco que iban a dar un salvavidas decisivo al dictador español para escapar de la quiebra económica.
El Athletic adelantó su partido de Liga (6-0 al Castellón) al día de Año Nuevo para poder recibir en la víspera de Reyes al potente equipo argentino que a lo largo del mes de diciembre se había medido a los grandes de Madrid Atlético Aviación (1-4 el 22 de diciembre), Real Madrid (4-1, el día de Navidad).

 Galarza y sus hombres marcaron el partido del día 5 como un objetivo prioritario. La noche del 3 al 4 de enero fue la elegida. Desde que se supo que se iba a jugar en Bilbao ese partido, comenzaron a aparecer pintadas con ikurriñas y mensajes en la capital vizcaína contra la cita. Poco antes de que llegara el partido una redada policial acabó con buena parte de una infraestructura de la llamada resistencia vasca formada por unas 50 personas. Aun así se decidió seguir e intentar realizar una acción sonora con el fútbol como escenario.

La primera idea fue dinamitar el césped de San Mamés y obligar así a que no se pudiera jugar el encuentro. Pronto vieron que aquello necesitaba un dispositivo del que no disponían. La decisión fue entrar en plena noche en el estadio, destrozar el césped con picas azadas y serrar la porterías para que no hubiera fútbol el día 5.

El comando accedió al terreno de juego sin problemas, pero no contaban con un fúnebre imprevisto que iba a hacerles huir de manera precipitada sin poder lograr su objetivo. Tras dañar un césped que hacía poco había sido replantado, se dirigieron a las porterías. Entonces llegó la voz de alarma. Salía de la casa de Pedro Biritxinaga. El histórico masajista, utilero y hasta entrenador del Atheltic en situaciones de emergencia, era también el guardián de San Mamés pues tenía su casa en la tribuna del estadio. Esa noche, uno de sus hijos se debatía entre la vida y la muerte (moriría durante el partido contra San Lorenzo), lo que hacía que altas horas de la noche hubiera luz en la casa y mucha gente despierta.

El grupo de saboteadores tuvo que escapar a la carrera, pero dejaba detrás un terreno de juego en pésimas condiciones. Sin eco en la prensa de aquellos días, los daños se taparon con arena para que se jugara el partido. Bajo ningún concepto se podía suspender. Las imágenes de esa cita muestran claramente que en San Mamés parecía más una playa que un campo de fútbol. El partido acabó 3-3 (Panizo y doblete de Zarra para el Athletic y Pontoni, De la Mata y Silva para los ‘cuervos’). Las crónicas en los diarios españoles y argentinos hablan de un partido intenso y emocionante, no hay ni rastro de un campo destrozado. Sí recogen la enorme ovación a Ángel Zubieta, campeón de Liga con el Athletic en 1936 y al que la Guerra obligó a emigrar y jugar en San Lorenzo entre 1939 y 1952.